domingo, 3 de agosto de 2014

Ojos de Basset Hound


Una maraña de gente que había vuelto de la playa aguardaba en el andén de la estación de Las Arenas. Me alejé un poco de ellos, pero aún así entramos al metro en parejas sin apenas dejar salir, como cuando íbamos de excursión con la clase en el instituto. El aire viciado de perfumes, cremas bronceadoras, sudores y otros olores corporales me abofeteó nada más entrar, pero la búsqueda de un sitio libre era más importante en ese momento que las malas jugadas de mi aguzado olfato.

Debo decir que este sentido también me permite escoger donde sentarme y a mis compañeros de viaje cercanos. En esta ocasión, encontré dos sitios vacíos, uno frente al otro, en los asientos dobles que estaban ocupados por un hombre y una mujer junto a la ventana.La mujer, en su sexta década por lo menos, olía a azahares. Me gustan los naranjos en flor, su fragancia me trae muchos recuerdos de la infancia, y aunque no es un perfume que yo usaría, opté por sentarme junto a ella, supongo porque me sentí cómoda a su lado. 

El hombre, sentado diagonal a mí, miraba hacia arriba como observando alguna película invisible proyectada antes sus ojos azul grisáceos, me recordaban los de un Basset Hound. Cada cierto tiempo emitía un sonido como sorbiendo lágrimas que nadie veía. El sonido ronco brotaba de su nariz como si cada bocanada de aire que absorbía, con aparente resignación, le aliviara de alguna pena. No parecía un hombre débil en ningún sentido. Todo en él me hacía pensar en un sabueso: plácido y tranquilo. De mediana edad, alto, bien formado, incluso se apreciaba todavía algo de su musculatura de antaño que habría sido, quizás, su orgullo. Mientras le observaba desde mi asiento, sentí pena por él. 

El barullo de la gente entrando y saliendo en cada parada no me impidió escuchar el himno del Athletic Club Bilbao que sonaba desde su teléfono móvil. Él en su ensimismamiento no lo advirtió, así que con un "Señor, su teléfono" le avisé. Una inclinación de cabeza y un gracias fue su respuesta mientras extraía el móvil del bolsillo de la camisa.

–¿Si..? Pero bueno...–advertí un gesto de contrariedad. No pude evitar escuchar parte de la conversación, sólo sus respuestas, dado que no podía oír lo que decía la voz del otro lado del teléfono.

–¡Son treinta y dos, se acabó! ¡Qué lo pague él, es su problema! –Respondió alterado a lo que escuchó.

–Parece que no, pero...–No pudo terminar la frase. Me pareció que era una mujer.

–Pero... es que si está trabajando tiene que decir "ya pongo yo" –Apartó un poco el teléfono de la oreja y se escuchó una voz femenina ¿su mujer, quizás?

–Igual pienso. Lo dejo... y que se lo haga él.

Los músculos de su cara se crisparon, no le gustó lo que acababa de escuchar
–¿Qué estuviste viendo qué...?

La conversación continuó por unos minutos más, durante los cuales me dediqué a imaginar cual era la situación. ¿Quién sabe?, pero tal vez hablaba de alguien muy cercano a él, ¿un hijo? Posiblemente en el paro viviendo con ellos.

El tono de disgusto de su voz me devolvió al tren, a su conversación.
–¿Pero encima se acuesta a las tantas! Mira, ya llego a mi parada...te veo ahora y me cuentas toda esta movida. Musu. 

En la parada se levantó con la cara un poco pálida, la nariz enrojecida y la frente arrugada. Los movimientos lentos de su andar me volvieron a recordar a un Basset Hound.


*Imagen encontrada en Pinterest. 

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