lunes, 18 de noviembre de 2013

Un día inusual

                                                                      
Bar Iruña, Bilbao
¿Qué cómo ha sido mi día? Me gustaría decirte, que idéntico a cada uno de los días en los últimos diez años. Despertarme pronto ha sido y quizás sea, lo que más fácil se me da. Aunque  soy buena amante de Morfeo y me pierdo en sus brazos cada noche, con solo cinco horas de sueño tengo suficiente. Tomo siempre el tren para ir a la oficina a las 8:05 horas y monto en el primer vagón para salir por la primera puerta. Además así siempre encuentro asientos vacíos, me siento y leo mi libro. Siempre estoy leyendo alguno. Llego a la oficina temprano, preparo mi puesto, enciendo mi ordenador  y espero a los primeros clientes. Cuando termino, vuelvo al vacío de mi apartamento donde parece que las telarañas de mi hastío cubren las paredes como tapices. Cada día transcurre igual, solo cambian las personas que me rodean.

Ayer, sin  embargo, fue un día  muy especial porque  algo diferente ocurrió. Aún ahora no salgo de mi asombro.

Pues a media mañana, algo inusual me sucedió. Primero, en la oficina no hubo ninguna situación desagradable con ningún cliente insatisfecho, cosa rara. Todo fue sobre ruedas, algo como ya te dije, inusual. Mi jefe, un hombre cerrado como no hay dos, me dijo que si quería podía salir a tomar un café. Así que, extraña a mi costumbre, salí a las 10:30 am y más extraño aún, me dirigí a una cafetería en Bilbao en la cual nunca había estado. Tú sabes que soy animal de costumbres, pues no sé que me dio.

Era un sitio de esos con aires bohemios. Tenía paredes empapeladas en gris y dorado que combinaban con lámparas que parecían estrellas, y creaban una atmósfera, francamente, agradable, ideal para relajarme leyendo mi libro.

Pedí mi café en la barra y me senté en un sofá corrido, de esos que le sirve de asiento a varias mesas a la vez. Tomé mi libro y comencé a leer.

Mientras leía, sentí un hormigueo en mi nuca,  juraría que alguien me observaba desde la mesa de al lado. Sentí esa sensación, ¿sabes?,  de que te están observando, y a los pocos minutos escuché.
– ¿El Amor en Los Tiempos del Cólera?
–¿Perdón?–repliqué levantando la vista y mirando en la dirección que venía la voz.
–El libro... ¿Es El Amor en Los Tiempos del Cólera?–preguntó un hombre joven de unos treinta y tantos años señalando con un dedo a mi libro.
–Ajá –asentí y traté de continuar leyendo, ya sabes lo que me cuesta hablar con extraños.
–¿Y le está gustando?
Levanté la cabeza de entre las páginas y volví a asentir –Sí, me encanta – respondí con algo de timidez– ¿Lo ha leído? –el desconocido estaba despertando en mi algo de curiosidad.
– Si, hace tiempo lo leí. Creo que cada vez tiene más vigencia.

Lo miré fijamente y descubrí sus ojos claros como agua marinas y unos labios sensuales. En su mesa descansaba un libro que parecía haber estado hojeando. Me deleitó con su más amplia y perfecta sonrisa.
–Es muy actual.
–¿Cómo que actual? Es una historia que narra hechos ocurridos el siglo pasado  –agregué intrigada.
No sabía si mi interlocutor me estaba mintiendo y no había leído la novela o simplemente me estaba tomando el pelo.
–Estamos en los tiempos del cólera.
–No creo que haya cólera en España, ni siquiera en Europa –le interrumpí.
Volvió a sonreír.
–El amor está en los tiempos del cólera nuevamente. Lo digo en sentido figurado. ¿No lo crees así? –comenzó a tutearme.
–No lo sé. No tengo ni idea.
–Es muy difícil conocer a alguien, encontrar pareja, enamorarse en estos tiempos. ¿Estás de acuerdo conmigo?–Volvió a tutearme.

Sabía de lo que me hablaba. Estaba cansada de buscar en redes sociales, de citas incomodas e inútiles. No había conocido a nadie que me impresionara lo suficiente para volver a verle. Tantos fracasos me habían hecho desistir de buscar alguien con quien compartir mi vida y mis aficiones.

Extrañamente, no me sentí incómoda con él; le tuteé también.
–Sí, creo que sí. Es verdad...

Sin darnos cuenta el tiempo pasó, y hablamos de nuestras vidas y de nuestros gustos. Reímos juntos intercambiando anécdotas graciosas de nuestras citas. A ambos nos apasionaba la literatura, así que intercambiamos opiniones sobre nuestros libros favoritos. Del libro que llevaba me leyó poemas que me transportaron a sitios de ensueño y me hicieron sentir la emoción que él sentía.
Mientras hablábamos se movió de su sitio y terminó sentándose a mi lado.
– ¿Qué te parecería si te invitara a tomar un café?  ¿Quedarías conmigo, reina?
Sentí el peso y el calor de su mano sobre mi rodilla, mi corazón dio un vuelco, y no me pude negar.
–Sí, claro...encantada –respondí turbada por su contacto.
–¿Mañana aquí a la misma hora?
–Vale,  hasta mañana.
–Hasta mañana reina.
Se levantó y le vi alejarse.
Mi cabeza daba vueltas, un temblor imperceptible me paralizó, y mis manos estaban heladas. "Tanto tiempo en la red buscando ¿Y qué me paso hoy!  ¿En un café un desconocido me conquista! ¡Dios! Esos labios, esos ojos ¿No estaría yo soñando?" Cuando salí del café, caminaba sobre una nube. Ni  cuenta me di que había llegado a la oficina.

Mi día continuó como en un sueño. Las horas en el trabajo se me hicieron cortas y de vuelta en casa me sentía feliz. Los recuerdos de la mañana se repetían en mi mente una y otra vez.

Hoy teníamos nuestra primera cita. Salí de la oficina a la misma hora  que ayer. Caminé hasta la cafetería y en la puerta vacilé. Mi inseguridad habitual trató de minar mi voluntad, pero en un esfuerzo crucé el umbral de la puerta, pedí mi café en la barra y con este en la mano me giré buscando con la mirada la mesa donde le había conocido. La mesa estaba vacía, pero en ella reposaba el mismo libro que había visto ayer. Supuse que estaría cerca, me senté en la mesa contigua y comencé a leer mientras bebía mi café.

–Buenos días reina. Me alegro de verte.

Escuché su voz a mi espalda, me giré despacio y vi un rostro pálido, y unos ojos tristes; sus labios estaban lívidos y esbozaban una sonrisa glacial.

"¡Oh dios! ¿Es este el mismo hombre que yo conocí ayer? ¿El mismo que me encandilo con sus hermosos ojos, su sonrisa y su alegría? ¡No puede ser! ¿Estaría soñando!¡No puede ser! Parece la persona más triste que jamás he conocido."

–Perdone, creo que se ha equivocado de persona –dije mientras recogía mi libro con premura. Me levanté y me marché sin mirar atrás.

A veces la vida te da peras cuando quieres melones, y la vista se te nubla como se nubla la mente cuando altas expectativas nos rigen.  Ahora sola en mi habitación, pienso que no le presté  la atención suficiente a ese chico, la primera vez que nos vimos, y peor aún, le rechacé. Ahora siempre me quedará la duda de si hubiera sido un buen compañero en estas tardes frías de otoño.




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