lunes, 8 de diciembre de 2014

Viviendo a toda velocidad


Miro a la pantalla del monitor con la mirada ausente, y contemplo mi rastro durante estos últimos meses. ¿No sé si he vivido yo, o es la vida la que me ha llevado a rastras? A veces he ido acelerada, casi corriendo, con la única misión de encontrar migajas de felicidad. Mi velocidad ha sido tal que viajando en un tren imaginario, he visto las casas y la gente pasar como un ¡zas! una pared de ladrillo, una ventana, una melena morena volando al viento, caras deformes por la velocidad. 


Ni siquiera me sentaba en el tren porque la impaciencia por llegar provocaba que olvidara, oír el rumor del viene y va, percibir el olor a café recién hecho o el de las gominólas de la tienda de caramelos que siempre inundaba toda la calle. Olvidaba apreciar el color de los helados o del cielo. Sólo quería llegar allí para verle a él.

Su sola presencia disminuía la velocidad de mi película y aunque no era a cámara lenta, podía disfrutar de su figura aún a metros de distancia. Me gustaba verle parado o andando esperándome y cuando me veía sus ojos sonreían más que su boca y me enviaba caricias que ardían en la piel. Ya cerca el rubor me subía a la cara y se deslizaba hasta mis manos que al tocarlo enviaba señales inequívocas de lo que me hacía sentir.

Ese era el momento en que el tiempo se paraba, y el simple hecho de saborear un batido o caminar abrazados contemplando la luna llena o que corriera para hacerle la foto por mi, que estuviéramos dispuestos a saltar verjas para buscar un sitio donde amarnos, los abrazos y besos en el parque donde el deseo nos atacaba como a colegiales, esos momentos son los retazos de felicidad que tengo guardados. 

Lumy Quint 

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