lunes, 10 de marzo de 2014

Mi diario capítulo VIII No hay mal que dure cien años

Mi padre siempre decía que no había mal que durara cien años, ni cuerpo que lo resistiera y que tras la tormenta siempre venía la calma. En este caso tuvo razón. Por fin le llegaba su oportunidad de triunfar y él deseaba aprovecharla.

Ese sábado por la tarde estaba nublado y había llovido bastante hasta justo media hora antes de su actuación en el parque. Fue por eso que hubo muy poco público, sin embargo allí estaban los críticos y gente entendida del mundo del espectáculo.

Ayudé a mi padre a preparar el escenario y en seguida comenzó a cantar. Se movía por el escenario con gran soltura, al ritmo de la música e iluminado por luces multicolores. Era un espectáculo hermoso en mi opinión.




 Le había escuchado muchas veces en casa y sabía de su habilidad, pero ese día su potente voz inundó el parque llegando a todos sus rincones y viajando en el aire hasta la calle donde paseantes se acercaron a escucharle. Parecía que había ganado mucho en seguridad y melodía. Su actuación mostró su donaire y gracia y me emocionó mucho, me llenó de orgullo.

 No ganó el primer premio de actuación, pero consiguió una actuación regular en un local. Era algo asegurado que le ofrecía la oportunidad de actuar todas las semanas. Su trabajo empezaba a llegar a oídos de muchos en la ciudad. Al parecer papá se estaba labrando una reputación excelente, pero aún le quedaba bastante camino por delante.

Unos días después mi orgulloso padre llegaba a casa con un flamante coche nuevo. Había entregado los primeros plazos para comprarlo y estaba muy contento. Por fin veía el fruto de su trabajo e iba logrando metas. Me contó que nunca olvidaría el olor a coche nuevo y la brisa fresca que le golpeaba la cara mientras lo conducía. Estaba como un niño con un juguete nuevo y yo era feliz por sus logros.





Mientras tanto yo había conseguido trabajo en una tienda de víveres. No ganaba mucho, pero tenía la oportunidad de ser promovida a cajera si me esforzaba. Sabía que no sería el trabajo de mi vida, pero quería ganar algo de dinero para llevar a casa. Mi alegría fue completa cuando papá compró para mí una computadora. Alguien me había dicho que podía tomar cursos de escritura online y por eso, estaba entusiasmada.

Mi padre lucía más contento que de costumbre, cantaba canciones alegres o románticas y se arreglaba muchísimo más. Mi instinto me decía que todo no se debía a su éxito profesional. Ya lo había visto antes así, pero el cambio duraba poco. Nunca antes le había dado importancia porque yo era pequeña y no prestaba atención, vivía en mi mundo infantil. En esta ocasión estaba dispuesta a proteger a mi padre e intentar que fuera feliz.

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